
Llueve tras el cristal
y a nosotros nos calan las palabras.
Caen pesadas,
estampándose contra los vestigios
de un amor oxidado por el tiempo
y la humedad.
Ineptos que pretendieron
comerse el mundo
y el mundo se los está comiendo a ellos.
Sin dolor,
lentamente,
como el voraz depredador
vigila a su presa,
algo de avidez
pero nada más.
Las melodías empiezan
a carecer de musicalidad
y nuestra respiración
cada vez
resulta más atemporal.
Tristeza cuando nos damos cuenta
de que no estamos viviendo,
y que nos está ocurriendo
lo peor que podía pasarnos:
estamos sobreviviendo.
Hasta que definitivamente,
nos da por acabar con todo.
Apretamos los dientes.
El final se acerca,
somos conscientes de ello,
y estamos temblando.
Hoy, aquí y ahora
nos sobreviene el agobio que produce
la nada del caer.
“Descanse en paz”
nos gritaran desde arriba,
y el mundo seguirá
borrando las huellas
de lo que fue
nuestro intento de existir.
(La de la foto, es la tumba de Julio Cortázar, uno de mis autores favoritos y que, sin duda, dejó huella en el mundo de la literatura)
No hay comentarios:
Publicar un comentario