Creedme si os digo que desde que empecé mi aventura como universitaria –qué mayor parezco-, he pisado muchas biblioteca y eso, teniendo en cuenta, que estoy en la ciudad con la biblioteca universitaria más antigua de España -y parte de Europa- y con cientos de miles de volúmenes polvorientos en sus estanterías, lo dice todo. Sí, han sido muchas, pero creedme también si os digo que todavía no he encontrado otro lugar en el que los libros hablen y palpiten como lo hacían allí. No he encontrado a otra Inés con esa visión literaria que sólo dan los años y el amor dedicado a los libros, ni a otra Susana con la recomendación siempre perfecta en la mano. Me he encontrado, eso sí, con ebooks que desafían al añoso papel, con taquillas para guardar la mochila y que no molesten demasiado, con personas tan cualificadas que dan miedo; pero ninguna biblioteca destilando la calidez, no la que da los años de experiencia o de títulos informáticos y de gestión, sino esa calidez que da el entusiasmo humano. Esa calidez que ha sido la señal de identidad de “Nulla dies sine linea”.
Aprovechadla y sacadle tanto jugo como el que esté dispuesto a daros su estantería.
Yo continúo metida entre libros, respirando letras y amando el papel tanto como me enseñaron a hacerlo allí.

La foto cortesía de Enrique Viola, por supuesto.